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viernes, septiembre 19, 2025
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Tlatelolco, la herida abierta del sismo de 1985: la historia Salomón, un padre que perdió a sus siete hijos

Hablar del gran sismo de 1985 es hablar de Tlatelolco, uno de los desarrollos urbanos más emblemáticos que guarda una cicatriz en la historia de la Ciudad de México.

Aquel jueves 19 de septiembre parecía un día normal. Salomón Reyes y su esposa Josefina Salgado salieron de su departamento, en el piso 10 del edificio Nuevo León, sin imaginar que sería la última vez que verían a sus siete hijos con vida. Él trabajaba como guardia en el estacionamiento de la Torre Banobras, mientras que ella se dirigía por leche a una tienda de la Conasupo; ambos al otro extremo de la unidad.

A las 07:19 de la mañana todo cambió : el suelo comenzó a romperse y mover violentamente los más de 100 edificios de la colonia. Entonces no existía una alerta sísmica, tampoco el mantra “no corro, no grito, no empujo”. Fueron los dos minutos más largos de su vida.

“Se vio cómo se abría y se cerraba la tierra; nunca había visto eso. He pasado muchos temblores pero no a esa magnitud. Rechinaron los pisos, las puertas”

“¿Quién no va a gritar? ¡Todo mundo ‘ay, ay, no puede ser que pase esto’!, cosas así. Ya al último (mis compañeros) empezaron a chillar porque ya vieron muchas cosas que anunciaban”, contó a 88.9 Noticias.

Cuando le avisaron a Salomón que el sismo de 8.1 grados desplomó el Nuevo León, pidió ayuda a un compañero para que lo trasladara en su camioneta. Al arribar a Paseo de la Reforma vió que dos de los tres módulos del inmueble de 14 niveles se redujeron a escombros y una enorme cortina de polvo, entre los que estaba su familia que se quedó dormida.

Vecinos y algunos automovilistas que circulaban por la zona intentaron desesperadamente sacar a la gente que gritaba de dolor para pedir auxilio; sin embargo ninguno de los rescatados eran sus hijos.

Salomón y Josefina pasaron un par de días en vela y con frío hasta que encontraron seis cadáveres de los pequeños; el de “Ricardito” nunca fue localizado.

“Ya los estábamos sacando, pero ya estaban muertos. Había unos de ellos que quedaron las vigas sobre ellos […] Uno no tenía piernas, otro no tenía cabeza. Estuvo horrible”

“La (hija) grande estaba en la universidad, iba en segundo grado de biología marina, se llamaba Gloria Leticia, (los demás) Miguel Ángel, Guadalupe Adriana, Mario Salomón, Jorge Daniel, Ricardo Ramón y Alma Celia, la más pequeñita de tres años”, recordó.

La pareja se mudó unos años a su tierra natal en Chila, Puebla, para intentar recuperarse, pero la falta de oportunidades los hizo regresar a la capital, ahora en Santa María La Ribera y con una bebé en brazos de nombre “Alma”, con quien ahora vive junto a su nieto.

Con 72 años y diabetes, Salomón actualmente trabaja en el estacionamiento donde algún día el edificio Nuevo León lucía imponente, pues asegura que tiene la fuerza para hacerlo.

En abril de 2021 falleció Josefina a causa de cáncer. Él tiene la esperanza de que ahora está reunida con sus hijos.

“Los he soñado, que me hablan y me dicen ‘¡papá!’ como que me están sonriendo, los veo de lejesitos. Los veo bien”

“No, ya no le tengo miedo a los sismos, ya me quitaron lo máximo, yo ya que chingados le pierdo aquí”, enfatizó.

De la tragedia a la consciencia

Miguel Mares ha vivido en el edificio Sonora desde hace 47 años. Cuando sucedió la tragedia, él iba en segundo de primaria y se alistaba para salir a la escuela.

De pronto todo se sacudió y en la radio los locutores gritaban lo que estaba pasando. Afortunadamente su inmueble de siete pisos no colapsó, pero en cuestión de minutos se enteró que sus amigos del Nuevo León no tuvieron la misma suerte:

“Terminó el movimiento, obviamente me asomo a la ventana ya en mi recamara se veía completamente nublado y, entonces, con todo el miedo empiezas a bajar las escaleras […] Poco a poco caminando hacia el edificio se  vio toda la estructura tirada. Ya había un mar de gente, fue como una cuestión espontánea de gritos de gente pedía ayuda”

“En el Nuevo León vivía mi mejor amiga, se llamaba Flor, era mi compañera de la primaria. Lamentablemente ella falleció”, compartió el profesor de historia.

El siguiente día también fue difícil, volvió a temblar y no había electricidad ni suministro de agua.

Cuatro años duró la reconstrucción y reforzamiento del conjunto habitacional. Durante ese lapso los niños no fueron a la escuela, estudiaron en módulos lo que, asegura, afectó emocionalmente a toda una generación.

Además, la invasión de predios abandonados fue otra consecuencia del desastre:

“Fue un éxodo. El sismo no nada más derrumbó una estructura, donde Hibo pérdidas humanas, también destruyó el tejido social, donde de 12 mil familias, cinco mil se fueron de Tlatelolco”

“Podemos decir que, uno de los problemas de Tlatelolco, es el problema de la informalidad en cierto sentido del tema de escrituración y un proceso de invasión a lo largo de décadas porque estamos hablando que no es reciente”, explicó.

Tras la catástrofe en la capital las leyes se endurecieron. Ahora las construcciones deben realizarse con materiales más ligeros y con una estructura capaz de resistir movimientos telúricos mayores a magnitud 8.

Ahora existe más conciencia sobre cómo prevenir un desastre y la forma de sobrevivirlos. Es la llamada “cultura de protección civil” que ha funcionado en la unidad en los más recientes sismos.

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